Tite Curet Alonso

Su estampa antillana de cartero mulato, adornada siempre de un sombrero de pajilla, se dibujaron en cada recoveco que transitó.
Fue conversador, amable y locuaz. Como versador, siempre empleó palabras comunes y sencillas para contar sus historias.
Gran admirador del trabajo de Pedro Flores, a quien identificaba como su compositor favorito, Catalino «Tite» Curet Alonso marcó la historia de la canción popular antillana con temas románticos y de crónica social que fueron elevando su obra como la de un periódico cantado, por lo que se ganó el título de «poeta culto del barrio».
Tite Curet Alonso, que al momento de su muerte dejó un catálogo de más de 2 mil canciones, fue un modelo para los compositores que se iniciaron en el oficio de la escritura a partir de los años 70.
Su propuesta lírica, de abordar la temática social y romántica cotidiana con el furor con que se vivía en su época, exponiendo con claridad los escenarios y narrando con ímpetu los entresijos de las dificultades de la pobreza, lo elevó como exponente y promotor de la llamada «salsa de conciencia», un movimiento musical al que más adelante también se adscribieron otros compositores latinoamericanos, como el cantautor panameño Rubén Blades.
Una de sus más importantes aportaciones como escritor, a la altura de la década de 1970, fue la construcción de melodías que rescataron y reivindicaron la negritud caribeña, justo en un momento histórico en que cobraba auge la discusión de nuestra herencia antillana apoyada por la irrupción de investigaciones sociológicas e históricas que se realizaron en centros universitarios.
Con Tite Curet Alonso, el debate de la «tercera raíz» adquirió sonoridad y relevancia en escenarios populares, resaltado como poesía excelsa.
Fue, además, un fiel abanderado del antillanismo y defensor de los valores de la América mestiza, postulados que se encuentran atravesados en los versos de sus canciones.
De esa manera, su producción creativa irrumpió en los debates del discurso nacional presentando las voces de nuevos sujetos sociales protagónicos, como «Salomé», la guahatabeya del Caribe; «Anacaona», la princesa taína; y la siboneya «Naborí». Todas melodías espléndidas que enaltecieron el vigor de nuestra idiosincrasia.
Asimismo, en su prolífica obra literaria Tite Curet Alonso rescató un espacio para contar la historia de «Plantación adentro», un escenario de confrontaciones y luchas que marcó el proceso que posicionó al negro cimarrón en la sociedad «libre».
Igual hizo con la oda a la belleza de la negritud caribeña que destacó en su melodía «Las caras lindas», interpretada por quien fue uno de sus mejores interlocutores, Ismael Rivera, «El Sonero Mayor».
Narrador de mirada puntillosa
Como cronista social, Tite Curet Alonso no logró comparación. En sus trabajos retrató los rostros de nuestra isla y su gente, alimentándose de la mirada cautelosa que dibuja las vicisitudes del oprimido, en un contexto marcado por la injusticia social y una fuerte división de clases.
Sus ejemplos más destacados son «La Perla», «Los entierros», «Juan Albañil», «Juanito Alimaña», «Galera tres», «Lamento de Concepción», «Chotorro» y «Pa’ los caseríos».
Como poeta que discurre sobre la temática amorosa, también se creció. En sus letras representó, con singular esplendor, lo sublime del sentimiento humano en temas como «Franqueza cruel», «Sentimiento tú», «Trizas», «Amantes», «Temes», «Tiemblas», «Puro teatro», «La tirana» y «Carcajada final», entre otros.
«Fue la columna vertebral de la salsa, y quien le dio al género un matiz social, de vivencias. Tuvo éxito en su trabajo porque fue un intérprete fiel de lo que sentía el pueblo, de cómo vivía y se amaba en el Caribe y de los sufrimientos y la felicidad del caribeño. Con miles de canciones, este señor, que fue un empedernido amante del periodismo, escribió historias y crónicas del amor. Nunca se le dio el título de periodista porque tenía la costumbre de ponerle música a sus artículos», relató el historiador y periodista Elmer González, en una entrevista difundida por Radio Universidad de Puerto Rico, en agosto de 2003.
Alimentó su arte de la pobreza
La historia de este laureado compositor, que nació el 12 de febrero de 1926, inició en una región de cañaverales en el barrio Hoyo Inglés, en Guayama, un pueblo costero al sur de Puerto Rico.
Sus padres –ella costurera y él profesor de español y músico de la orquesta de Simón Madera– se separaron en el año 1928, hecho que provocó el traslado de residencia del pequeño Catalino a San Juan, justo al sector Barrio Obrero, en Santurce.
En ese barrio, uno de los poblados urbanos más pobres de la capital y el principal asentamiento de la clase trabajadora capitalina, creció Tite Curet Alonso, alimentándose de las incidencias que marcaron su entorno social, con sus encantos y vicisitudes.
Allí se asoció a un nuevo mundo urbano que crecía abonado por la emigración en momentos en que el país miraba con ansias las posibilidades que ofrecía el ordenamiento económico de la capital, dentro de la crisis que azotaba a la ruralía agrícola del país.
En sus pródigas y locuaces conversaciones, el compositor gustaba de contar que sus primeras enseñanzas en la escritura las recibió de su padre, don Eduardo Curet, quien solía devolverle sus cartas corregidas en estilo, sintaxis y ortografía.
Tite Curet Alonso, que se crío bajo el cuidado de sus abuelos maternos Estéfana Amaura y Nicolás Alonso, creció disfrutando del sonido del tambor que protagonizaban las rumbas y descargas que escenificaban los músicos de su barrio.
Amigo de juventud del maestro Rafael Cortijo, Ismael Rivera y Daniel Santos, –todas efigies importantes en el desarrollo de nuestra cultura sonora moderna– tomó clases de solfeo y teoría musical en sus años de adolescencia con el profesor Jorge Rubián. Mas su principal inclinación siempre fue la poesía.
Tras graduarse de escuela secundaria, el versado escritor cursó estudios universitarios en farmacia, periodismo y sociología, una experiencia académica que le sirvió para descifrar y desmarañar las contrariedades sociales que asaltaron a su época y que poco después se vieron plasmadas en su obra literaria transmutada en melodías.
Fue cartero de profesión, aunque su oficio más destacado fueron las letras.
En la primera mitad de la década de 1960, Tite Curet Alonso se trasladó a la ciudad de Nueva York, donde se inició en la faena del periodismo como cronista deportivo del diario La Prensa, según han confirmado sus hermanas en varias entrevistas periodísticas.
Ésa fue su primera gran oportunidad para conectarse formalmente con el mundo de las letras y adherirse a la práctica consuetudinaria de la escritura.
Fue, precisamente, en la ciudad de Nueva York donde recorrió sus primeras sendas en la composición, iniciándose en 1965 con la canción son «Efectivamente», grabada por el Conjunto Cachana de Joe Quijano.
Su enlace con el periodismo lo acompañó hasta el último de sus días, cuando entonces se desempeñó como columnista del periódico puertorriqueño PRIMERA HORA.